
La mariposa en el metro: trascender
Una tarde sentada en el metro, en una de las estaciones por donde va el tren por el exterior, entró una mariposa.
Casi nadie se percató de que estaba. Algunos ojos la miraron unos segundos y al instante, volvieron a las pantallas de sus móviles.
Inmediatamente me invadió una inquietud, porque sabía que ese no era su medio. Estaba preocupada, inquieta como la mariposa que no paraba de ir de un lado a otro sin rumbo.
Pensé que debía cogerla de alguna manera para poder sacarla y así, liberarla.
«Puedo atraparla… ¡con la chaqueta!»
«Se la tiro encima y así cuando pare de nuevo el metro, la sacaré hacia afuera».
Pero un voz me decía:
«no… así no, pues quizás la puedas aplastar con el peso de la chaqueta, mejor no».

La siguiente idea que me vino fue:
«La puedo coger tranquilamente… ¡con mis manos!».
Como si fuese algo fácil para mi. Me imaginaba ir yendo detrás de ella y que se posaría en alguno de mis dedos.
La misma voz me decía:
«no… quizás así le lastime alguna de sus alas y ya no pueda volar nunca más».
Mientras, la mariposa seguía volando y sacudiendo sus alas. No paraba de revolotear por todo el vagón: de delante hacia atrás, de atrás hacia delante.
Yo seguía enfrascada en cómo podía sacar a la mariposa.
Seguíamos viajando por el exterior y no habíamos entrado aún dentro de la ciudad. Y yo no podía dejar de mirar hacia dónde volaba y claro, llegamos a la siguiente estación.
En ese momento se abrieron las puertas del tren y la mariposa salió tranquilamente por ellas. Se fue, volando hacia otro lugar.
Esta breve historia me hizo reflexionar en dos ideas:
- Querer transformar a alguien
- Perseguir la propia transformación
Para la primera lanzo una pregunta:
¿Se puede intervenir en el proceso de transformación de alguien?
Pues no, por mucho que lo desees. Siempre es la persona la que ha de volar, la que ha de querer sanar y evolucionar. Por tanto, no se debe intervenir en los procesos personales de otras personas. Aunque creas que está en un punto de desesperación, y pienses que está sufriendo.
Quizás tu percepción pueda ser errónea, y sea capaz de salir volando por sí misma.
La segunda idea gira en torno al anhelo de la propia transformación: a veces lo que buscamos ansiosamente es nuestra propia transformación y la perseguimos como si fuese una meta, un ideal.

No nos damos cuenta de que la transformación es el proceso y el camino, y que todos llevamos alas para volar.
El recorrido, la vida está para poder parar, y mirarnos. Aceptarnos y respetarnos como somos, para sanar heridas viejas o nuevas, transformarlas con amor hacia nosotras/os mismas/os y seguir volando para transmutarlas a lo largo de nuestra vida.
La mariposa es el símbolo de la transformación por excelencia: pasa por el proceso bien conocido de ser un gusano que se arrastra por la tierra, y después de un tiempo de estar en su capullo sale con sus alas a volar.
A las personas también nos puede ocurrir esto, y es posible que se pasen por ciertos periodos: primero el de “tocar fondo”, experimentando gran desánimo con lo que nos rodea y con nuestra manera de ser, de pensar, de hacer. Aquí hay un rechazo a todo.
Luego puede aparecer una fase de introspección o recogimiento, un mirar hacia adentro. Es cuando somos más conscientes de que hay algo más.
Para llegar más tarde a un tiempo de apertura y entendimiento, de lucidez. En definitiva un tiempo de amor y de compasión.
Pasar por estas fases, y quizá aún otras, significa ir modificándote, ir variando, mudar de piel. Dejando ir lo que ya no aporta armonía y paz. Todo ello es trascender cada una de las pruebas que la vida contempla para nuestra evolución.
Para mi transformarse es estar conectada con mi esencia, para seguir avanzando e ir descubriendo una versión más pura de mí misma. Trascender todas estas etapas, supone un abrirse a la vida, a las experiencias que esta nos ofrece, para ir descubriéndome y así poder seguir transformándome.
¡Seamos Mariposas!
Volad alto
Volad claro
Volad hacia donde os lleven las alas
Volemos hacia otros lugares
Volemos juntos